Pasión por la investigación
Stanley B. Prusiner nacía en 1942 en los Estados Unidos. La lectura de su breve autobiografía no nos deja ninguna duda del placer que este neurobiólogo americano halla en la investigación.
Desde muy joven, Prusiner estuvo inmerso en un extraordinario ambiente intelectual en la Universidad de Pensilvania, donde inició sus estudios superiores. En 1963 inició en esta Universidad un proyecto de investigación en el Departamento de Cirugía sobre hipotermia, junto a Sidney Wolfson. Rápidamente quedó fascinado, y continuaría inmerso en el proyecto hasta su graduación en 1964. Permaneció en Pensilvania para estudiar Medicina, en gran parte motivado por su "maravillosa experiencia de investigar con Sidney Wolfson". En el segundo año de estudios de Medicina, Prusiner pidió permiso para estudiar la fluorescencia superficial del tejido adiposo pardo en hámsteres. Esta investigación sobre la grasa parda le permitió pasar tiempo en el Instituto Wenner-Gren de Estocolmo, donde trabajó con otro gran investigador, Olov Lindberg. Es entonces cuando empieza a considerar seriamente el inicio de una carrera dedicada a la investigación biomédica.
En 1968 regresa a la Universidad de Pensilvania, y completa sus estudios médicos convirtiéndose en Doctor en Medicina. El curso siguiente transcurría en San Francisco, en un período de aprendizaje intenso. Pero las bases más sólidas de su formación quedarían asentadas durante los 5 años siguientes. Los tres primeros transcurren en el Instituto Nacional de Salud (NIH), donde trabaja en el laboratorio de Earl Stadtman estudiando las glutaminasas en la bacteria Escherichia Coli. Fue una etapa "crítica en su educación científica" según sus propias palabras, en la que pudo conocer a fondo el proceso de investigación científica. En 1972 iniciaba su estancia en la Universidad de California como médico residente en Neurología, opción que elige como la mejor vía para desarrollar una "valiosa carrera en investigación". Dos ingredientes, el método científico y el conocimiento del sistema nervioso, le capacitaban para su posterior dedicación a la investigación.
Al comienzo su residencia, Prusiner se topó con la que sería la dedicación de su vida científica. En julio de 1972 asiste el caso de una mujer que moría de una infección por lo que entonces se denominaba 'virus lento'. La enfermedad de Creutzfled-Jacob despertó su curiosidad al conocer que no inducía respuesta del sistema inmune. Su interés aumentó aún más al conocer que muchas de las propiedades del agente causante de la enfermedad eran extrañas, no propias de un virus, según habían estudiado Alper y Hunter. La idea de un proyecto de investigación que definiera la estructura molecular de aquel agente cautivó a Prusiner, sin que aún pudiera alcanzar a imaginar hasta qué punto este proyecto determinaría su carrera científica.
El interés surgido fue en aumento al conocer que esta enfermedad se incluía en el grupo de enfermedades del sistema nervioso conocidas como encefalopatías espongiformes, que englobaba el scrapie en los animales y un cuarteto de enfermedades humanas: el kurú, la enfermedad de Gerstmann-Straäussler-Scheinker, el insomnio familiar mortal y la ya citada enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Durante los casi dos años que restaban de su residencia, Prusiner leyó todos los documentos que pudo encontrar sobre el tema, desarrollando una enorme pasión. Por entonces los trabajos eran desalentadores, por los ensayos lentos, monótonos y caros realizados en ratones. Pero él confiaba en que trabajando en el estudio del scrapie, lograría hallar resultados con el tiempo.
Y no se equivocó. En 1982, diez años después de que su interés por el tema se despertara, Prusiner publicaba un artículo utilizando por primera vez el término prión, desatando la polémica en la comunidad científica.
Priones: un nuevo concepto en la biología
El encuentro de Prusiner con los priones no fue casual. Decía John Archibald Wheeler: "En todos los campos busca lo más extraño y explóralo". Y eso fue lo que hizo Prusiner en el campo médico de la neurología. Concluida su formación, Prusiner iniciaba una carrera dedicada a descifrar las claves del agente de las encefalopatías espongiformes.
En 1974 acepta una oferta para trabajar como profesor ayudante en San Francisco y empieza a crear un laboratorio para estudiar el scrapie. Era una investigación costosa económicamente, y fueron muchas las dificultades con las que se enfrentó.
En 1982, convencido de que sus sorprendentes hallazgos acerca de la naturaleza del agente desconocido no eran simples artefactos, los publica en un artículo en el que utiliza por primera vez el término prión (partícula infecciosa de naturaleza proteica). Sobre la estructura de este agente, Prusiner enunció formalmente y actualizó la hipótesis "sólo proteína", ya delineada por Griffith en 1967. El hecho de carecer de material genético diferenciaba a los priones del resto de agentes infecciosos conocidos (parásitos, bacterias, virus y hongos). La publicación de la hipótesis del prión provocó la incredulidad general entre los científicos, y desató la ira de muchos. Un nuevo concepto se introducía en la biología, desatando un torrente de críticas y 'desprecio', según cuenta él mismo. Muchos investigadores se afanaron en una intensa búsqueda de ácido nucleico que refutase la teoría, y el propio Prusiner fue uno de los más activos... pero nadie logró hallar ácido nucleico en los recién denominados priones.
Un año después, en 1983, se hallaba la proteína del prión (PrP) en los laboratorios de Prusiner, identificada en roedores infectados con scrapie. Leroy Hood determinaba a continuación su secuencia de aminoácidos. Los estudios sobre los priones continuaron desde entonces, cada vez con más participación de científicos. Una serie de experimentos, muchos conducidos por Prusiner, demostraron que la patogénesis de las enfermedades por priones se basa en la conversión de una forma normal de la proteína prión, existente en las células de animales sanos, en una isoforma patológica, causante del desarrollo de la enfermedad. En los años siguientes se establecen también las diferencias en las estructuras de ambas formas de la proteína prión, se definen los patrones para el diagnóstico de estas enfermedades y se formulan distintas hipótesis para explicar su transmisión.
A principios de los noventa la existencia de los priones comienza ya a ser comúnmente aceptada, pero los mecanismos por los que las PrP normales podían alterarse y provocar enfermedades era aún desconocida. Entre las colaboraciones con las que contó, la que mantuvo con Fred Cohen fue especialmente afortunada. Este investigador introdujo en los estudios de la estructura de las PrP una gran gama de técnicas en química proteica y biología computacional.
Cuando los priones obtuvieron una amplia aceptación entre los científicos, Stanley B. Prusiner fue galardonado con múltiples premios, entre ellos el Nobel de Fisiología y Medicina en 1997. La prensa internacional se hizo eco de la controversia de esta mención, pues mientras una serie de científicos aceptaban la teoría del prión, para otros quedaban muchas preguntas sin contestar. El Comité del Premio Nobel contestaba firmemente, argumentando que aunque algunos detalles deberán ser resueltos en los próximos años "nadie puede objetar sobre el papel esenciar de la proteína prión en estas enfermedades cerebrales", y Prusiner "es en efecto un pionero".
Al recibir el premio, Prusiner hacia extensivo el reconocimiento a los cientos de colegas universitarios que lo habían ayudado en su investigación.
La ruptura de un paradigma
El descubrimiento de los priones puede ser considerado como uno de los mayores avances del siglo XX, también de los más controvertidos. A la vez que daba explicación a un grupo de enfermedades neurológicas humanas y animales, hasta entonces vinculadas únicamente por la similitud de síntomas, el hallazgo de Prusiner demostraba la existencia de un agente infeccioso sin ácido nucleico y lo caracterizaba.
La aceptación de la hipótesis "sólo proteína" enunciada por este investigador supuso la ruptura del paradigma establecido por Jacques Monod a principios de siglo. Las bases hasta entonces aceptadas de la biología molecular sostenían que los ácidos nucleicos eran la única vía para transmitir información de una generación a la siguiente. El descubrimiento mostraba que la estructura podía ser inducida de proteína a proteína. "La mejor ciencia - dice Prusiner - emerge con frecuencia de situaciones en las que resultados cuidadosamente obtenidos no encajan en los paradigmas aceptados".
En la actualidad no hay tratamiento efectivo para las enfermedades causadas por priones, que son mortales. Aunque quizás es pronto para hablar de ello, la terapia genética y el uso de fármacos que bloqueen la conversión de PrP normal a PrP se plantean ya como posibles vías para un futuro tratamiento de estas enfermedades. En la actualidad los científicos, y entre ellos Prusiner, tratan de entender como se desarrolla y transmite la enfermedad y mejorar sus técnicas de diagnóstico. Pero aún queda mucho por investigar.
Con su trabajo Prusiner abrió una vía, un nuevo campo para la investigación biomédica. Los datos recabados en el estudio de los priones podrían, además, arrojar luz en el estudio de otras enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer.